viernes, 23 de octubre de 2020

Poendemia Escritores (Sebastián Arce Oses)

(Costa Rica). Poeta, ensayista, narrador, profesor universitario y gestor cultural. Lo verán transitando de aquí para allá, sin importar la hora o la frontera. Ha publicado los poemarios Emigrar hacia la Nada (2010), Variantes de una herida (2017) y La grieta en el espejo (2019). Aparece en la antología de poesía centroamericana Deudas de sangre (2015, Anamá Ediciones), en la Antología Iberoamericana de Microcuento (2017), compilada por Homero Carvalho, y también en las memorias del Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango (2018). Contacto: sebasarce86@gmail.com


Nocturnos en la sangre

 

I

¿Por qué he comenzado a darle fulgor a las cosas, aun en la oscuridad? Un hilo de imperdonable desilusión me guía. Presiento la textura del vacío y reconozco el vértigo.

Dejé casa y calor por esa ausente pieza del rompecabezas que alguna vez olfateó mi rebeldía. Rellenar espacios en medio de la miseria, emplear estratagemas para burlar la incertidumbre. Y siempre saber que me detengo, compuesto de noche hasta los zapatos, para abonar con extrañeza los silencios, mirar con enfado las siluetas de la caverna.

Y saber que las sombras, por más banales, arrastran y hunden al viajero más determinado.

II

El río de la piel ha perdido su textura de sangre. En su corriente desfilan cadáveres enemigos, vacíos del cuerpo y el ser. Aquellos rostros me interrogaban desde un más allá que pocos toleramos. La luz se desvanece, y no es por terror que bajo esta sombra de incertidumbre taladro mis palabras. Solo presentir la muerte, negar toda dispersión.

III

La muerte sobrevendrá cuando ya no tenga nada que decir. Las hojas permanecerán quietas, como un niño que jugara a hacerse el muerto frente a los ojos de sus padres. Aún en el silencio, las palabras cuelgan de la noche y sobre ella monto como reproduciendo una postura primitiva. No basta mi convicción, la muerte juega al escondite, cuelga retratos amados para herirme de luto, escala y hace crujir el techo de mi esperanza como un tigre.

Todo se consume, pero no existen cenizas a no ser que las arrojemos en el camino.

Romper el silencio, proclamar la vida en esta tinta-sangre. Escapar del vendaval por luminosas puertas de emergencia que pintamos en la desesperación.

 


 

Carta a una señorita

 

“No era tan terrible vomitar conejitos una vez que se había entrado en el ciclo invariable, en el método".

Julio Cortázar

 

Me juzgabas insoportable

pero interesante.

Miraba tus palabras salir

como conejos de tu boca.

Era inevitable pensar en Cortázar,

en todas esas bestiecillas por los rincones,

asegurar puertas y ventanas,

que no salieran de mi piel.

 

Pero vos ni leías,

solo sabías hablar conejos

con naturalidad, como si nada.

Sabías eso y desnudarme,

blandir mi sexo y entregar el tuyo.

Pero no podía amarte así.

Los conejos siempre eran los mismos,

condenados a no crecer,

a ser dependientes, indefensos.

Tenías razón:

era insoportable pero interesante.

Por eso te dejé y me quedé solo.

Desde entonces vomito conejos

en mis poemas y cuentos.

Con naturalidad, como si nada.

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