(Costa Rica). Poeta, ensayista, narrador, profesor universitario y gestor cultural. Lo verán transitando de aquí para allá, sin importar la hora o la frontera. Ha publicado los poemarios Emigrar hacia la Nada (2010), Variantes de una herida (2017) y La grieta en el espejo (2019). Aparece en la antología de poesía centroamericana Deudas de sangre (2015, Anamá Ediciones), en la Antología Iberoamericana de Microcuento (2017), compilada por Homero Carvalho, y también en las memorias del Festival Internacional de Poesía de Quetzaltenango (2018). Contacto: sebasarce86@gmail.com
Nocturnos en la sangre
I
¿Por qué he comenzado a darle fulgor a las cosas,
aun en la oscuridad? Un hilo de imperdonable desilusión me guía. Presiento la
textura del vacío y reconozco el vértigo.
Dejé casa y calor por esa ausente pieza del
rompecabezas que alguna vez olfateó mi rebeldía. Rellenar espacios en medio de
la miseria, emplear estratagemas para burlar la incertidumbre. Y siempre saber
que me detengo, compuesto de noche hasta los zapatos, para abonar con extrañeza
los silencios, mirar con enfado las siluetas de la caverna.
Y saber que las sombras, por más banales, arrastran
y hunden al viajero más determinado.
II
El río de la piel ha perdido su textura de sangre.
En su corriente desfilan cadáveres enemigos, vacíos del cuerpo y el ser.
Aquellos rostros me interrogaban desde un más allá que pocos toleramos. La luz
se desvanece, y no es por terror que bajo esta sombra de incertidumbre taladro
mis palabras. Solo presentir la muerte, negar toda dispersión.
III
La muerte sobrevendrá cuando ya no tenga nada que
decir. Las hojas permanecerán quietas, como un niño que jugara a hacerse el
muerto frente a los ojos de sus padres. Aún en el silencio, las palabras
cuelgan de la noche y sobre ella monto como reproduciendo una postura
primitiva. No basta mi convicción, la muerte juega al escondite, cuelga
retratos amados para herirme de luto, escala y hace crujir el techo de mi
esperanza como un tigre.
Todo se consume, pero no existen cenizas a no ser
que las arrojemos en el camino.
Romper el silencio, proclamar la vida en esta
tinta-sangre. Escapar del vendaval por luminosas puertas de emergencia que
pintamos en la desesperación.
Carta
a una señorita
“No
era tan terrible vomitar conejitos una vez que se había entrado en el ciclo
invariable, en el método".
Julio
Cortázar
Me
juzgabas insoportable
pero
interesante.
Miraba
tus palabras salir
como
conejos de tu boca.
Era
inevitable pensar en Cortázar,
en
todas esas bestiecillas por los rincones,
asegurar
puertas y ventanas,
que
no salieran de mi piel.
Pero
vos ni leías,
solo
sabías hablar conejos
con
naturalidad, como si nada.
Sabías
eso y desnudarme,
blandir
mi sexo y entregar el tuyo.
Pero
no podía amarte así.
Los
conejos siempre eran los mismos,
condenados
a no crecer,
a
ser dependientes, indefensos.
Tenías
razón:
era
insoportable pero interesante.
Por
eso te dejé y me quedé solo.
Desde
entonces vomito conejos
en
mis poemas y cuentos.
Con
naturalidad, como si nada.
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