lunes, 20 de julio de 2020

Poendemia Escritores (Dennis Ernesto Morales)

(San Salvador, 16 de marzo 1994). Licenciado en Letras. Miembro del taller literario El Perro Muerto. Con su obra Exhumación de la vida, obtuvo primer lugar en el V Certamen Centroamericano de Poesía Ipso Facto, convocado por Editorial EquiZZero, en 2015. En 2017 su poemario Un hombre cae sobre la pupila del mar recibió mención de honor en el I Certamen de poesía Armando Rodríguez Portillo, posteriormente el poemario apareció en La poesía es un atentado celeste Taller Literario el Perro Muerto. Antología póstuma. Ha publicado en revistas impresas y digitales. Forma parte del grupo literario Tezcatlipoca.




 OCTUBRE ES LA MEMORIA

Ayer, la niebla de la tarde se congregó en el fuego que sostenían unas manos devastadas,
sus dedos se desmoronaban como un hormiguero por el viento.

 
Hoy, el sol salió debajo de un caldero
sin esperar que la madrugada cantara los gallos.  
Desde anoche,
es un invierno interminable el del fuego en este país. 
Para sobrevivir los campesinos encenderán los cañales
y verán caer las cenizas como una tormenta de nieve. 
Este es el invierno que conocerán nuestros nietos.

Sin embargo, esta época inició en otras quemas.
Un pequeño observó el origen de este invierno desde un autobús en llamas,
el sonido de su cuerpo calcinándose
apagó el verde de las hojas en los árboles cercanos.
De sus huesos solo quedó humo:
una nueva bandera para esta patria
de la ceniza eterna.

(Un hombre cae sobre la pupila del mar, 2018)

 

 

 

 

 

FORAMEN OVAL


Pero no: la vida no tiene sentido
Nicanor Parra

Nadie nos preguntó si queríamos arder sobre estas heces
de hombres decapitados en guillotinas a vapor
o de suicidas colgados en el tendido eléctrico
—ningún arcángel bajó del cielo a tomar nota—.
Solo se escuchó un estruendo en el polvo.
Ahogaron nuestro llanto con migas de pan,
nos arrebataron la única esperanza de agonizar.

Fuimos animales errantes,
nuestro nido se perdió  en la combustión de  los vasos capilares de la tierra.
No teníamos semillas que sembrar en nuestra boca,
hierba artificial mascaban las bestias en los campos.
Seccionamos los labios del océano,
lo repartimos en partes iguales ante los ojos de la sed.
Las dunas del desierto consolaron nuestros pies cansados.
Bailamos en un suelo húmedo de sangre.
Regresamos intactos del frío. De nuevo comenzamos a arder como lo hacíamos en el vientre.
Vestimos a los muertos con los mismos trajes de nuestra miseria.
Aprendimos el arte de contar leyendas simples
(esas mentiras trajeron paz y fortuna a los hogares).
Extraviamos los menguantes de la luna en un telegrama,
arroyuelos y mares se disolvieron en un vaso.
Destrozamos sauces y álamos para inventar la nieve.

Nos hincamos frente a un santo de trigo:
tragamos a dios noche y día.

(Un hombre cae sobre la pupila del mar, 2018)


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