Músico y escritor con una trayectoria de 25 años. Ha publicado once libros, ha obtenido el Premio Nacional de Poesía Yolanda 2013 Bedregal, el Premio Nacional de Poesía Franz Tamayo 2018 y ha participado en publicaciones, antologías y festivales literarios en Bolivia, Argentina, Perú, Chile, México, Guatemala, Colombia, España, Francia y Alemania.
Como músico formó las bandas de rock Abisal, Aisha y Camaleon. En 2007 ha emprendido un proyecto como cantautor solista, ha editado ocho discos colaborando con grandes artistas nacionales y ofrecido conciertos en Bolivia, Brasil, Perú, Argentina, Chile, Uruguay, México, Alemania, España, Suiza, Suecia, Francia y Dinamarca. Es productor musical, gestor cultural, ofrece talleres creativos y ha trabajado en música para cine y televisión.
Maniquí
Las miserias que Dios puso
en la oscuridad de los cuerpos,
para que nadie las vea
(Adolfo Bioy Casares)
El cuerpo dentro del cuerpo
el cuerpo hueco y condenado
el cuerpo, hueso y contenido
el cuerpo vaciado de sentido.
Un molde en forma de cuerpo
relleno de plástico caliente.
El cuerpo sólido y antropomorfo,
el cuerpo liviano, portátil, utilitario.
El cuerpo espejo:
el cuerpo del otro.
El mundo es un simulacro,
vivimos simultáneamente en ambos hemisferios
de la Civilización Accidental
y le llamamos evolución
a una carrera demente,
a un acto de masturbación continuo.
Por eso al cuerpo no le nacen alas
el cuerpo no es libre
el cuerpo se reduce a unos centímetros de genitales y terminaciones nerviosas,
el cuerpo es una propiedad privada y consagrada
a la terrible trinidad dios-patria-familia.
A través del cuerpo invades, mutilas, destruyes con un machetazo
todos los símbolos de todas las banderas y escudos nacionales
que tanto costó dibujar con abalorios en el aire.
Un cuerpo destrozado es un recordatorio de lo poco que valemos,
un cuerpo desaparecido es el horror de los bibliotecarios.
Un cuerpo es un archivo y su ausencia
es un agujero en el lenguaje y en las gargantas
de los maniquíes sobrevivientes
que ambulan desorientados
sin pasado y sin futuro.
Su falta nos remite a un peligroso territorio en blanco,
al vacío de la muerte sin rito de pasaje apropiado,
al duelo sin cortejo fúnebre,
a un velorio perpetuo entre desconocidos.
El cuerpo fuera del cuerpo
es el cuerpo de los otros,
el cuerpo de todos:
el cuerpo colectivo de las ansias de gol,
de la frotación en multitud,
del fin del mundo televisado.
Los maniquíes sin mirada
nos extienden la mano desde los escaparates:
son un ejército taciturno
que emite un mantra inaudible para nuestros oídos,
una nota prolongada, una salmodia lunática.
Los maniquíes escriben libros de autoayuda
en sus ratos libres.
Así como los suyos,
nuestros cuerpos están sujetos
a las leyes de la oferta y la demanda, a la ley de gravedad,
a las leyes de la termodinámica,
y en menor medida a los estatutos
de nuestros países de mentiritas.
Sin cuerpo no somos,
y en ocasiones inquietantes el cuerpo no nos obedece,
no nos pertenece,
por eso queremos tan desesperadamente
saber de qué estamos hechos.
El cuerpo a veces vive su propia vida despreocupadamente,
el cuerpo nos duerme y nos dormimos abrazados a él
porque al fin de cuentas es lo que único que nos queda.
El maniquí no sabe de qué está hecho
ni conoce la criatura a la que debe imagen y semejanza,
toma un filudo estilete
y traza una línea horizontal sobre su torso.
Sale un líquido viscoso.
El maniquí sonríe antes de caer desmadejado al suelo.
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