Ancízar Arana Cruz, nacido en
Santiago de Cali y radicado en la ciudad de Palmira. Sus primeras inquietudes
literarias fueron durante los años de colegio en donde escribió el poemario
inédito “Sueños en esencia de mujer”, posteriormente publicó en el año 2000 el libro
“Un sueño lleno de poesía”. Sus poemas han sido publicados en varias ocasiones
en la revista de la Fundación Plenilunio de Cali; ha participado en encuentros
internacionales de poesía en Ecuador, Perú y Argentina, así como en diferentes
encuentros de poesía nacionales e internacionales realizados en Colombia. En el
año 2018 recibió la distinción “Libro de Oro” de la Casa del Poeta Peruano
sucursal Juliaca, al ganar el primer puesto del séptimo concurso de poesía que
realiza esta institución en conmemoración de sus 30 años de creación, con su
libro “Vocación de barro”, el cual fue publicado en noviembre de 2019 por Ancla
ediciones, sello personal de publicaciones con el cual ha publicado revistas
poéticas del personal de interno de la penitenciaría donde labora y de
diferentes poetas locales.
Desde hace más de 18 años es
funcionario del INPEC, actualmente labora en la penitenciaría de alta seguridad
de Palmira en donde combina su labor institucional, con el quehacer poético y
cultural, realizando la campaña “La poesía libera”, que tiene como fin la
recolección de libros de poesía para ser donados a la biblioteca del penal y la
promoción del amor a las letras a los privados de la libertad con la creación y
desarrollo desde hace varios años, del taller de escritura creativa
“Versidiarios”. De igual forma es el creador y gestor cultural del primer
concurso municipal de poesía “Versos en fuga” dirigido a la población privada
de la libertad y apoyado por la secretaría de cultura de la ciudad, en
sincronía de grandes poetas nacionales y extranjeros.
Hace falta que mi abuelo
me hubiese enseñado el momento exacto
cuando la alcancía de la tierra
recibe las semillas del naranjo
o el grano del maíz
asciende hacia el alba de la cosecha.
En la oquedad de sus manos se durmieron
los misterios de la molienda, de la ubre,
el vuelo imprescindible de la pacora
en el vientre del cañaduzal,
y un millar de caricias perdidas
entre su orgullo de capataz
y mis infantiles pasos citadinos.
Hubiese deseado conquistar
con mis anzuelos el arrullo de su voz,
escuchar juntos
el grito del azúcar
bordado con fuego
en la pavesa migratoria,
ser agua en sus
desérticos labios.
Ahora somos mapa
de un continente lejano
dibujado con
hollín en la cal de la cocina,
nos atraviesa la
nostalgia hecha polilla
y el olvido se
atreve a subir por su recuerdo
disolviéndolo de
todos los retratos.

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